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El narcotráfico, sus subproductos y como abatirlos.



Indudablemente el narcotráfico es uno de los temas de conversación más recurridos en los últimos años en nuestro país. La presencia del mismo se ha establecido en la vida cotidiana del mexicano desde finales de los años ochenta hasta convertirse en algo incómodamente cotidiano. Nadie se sorprende al mencionar a tal o cual cartel, sus actividades o las consecuencias de las mismas.

También ha resultado en uno de los temas importantes de la agenda política nacional, que ha supuesto el enfrentamiento al problema con mayor o menor éxito, dependiendo de la perspectiva, pero que a fin de cuentas destina una cantidad enorme de recursos a tratar de mantener a raya a estas organizaciones criminales, puesto que por el momento parece imposible imponer sobre ellas la ley. Aunque en esta guisa sorprende la laxitud con que se ha tratado el tema de la inseguridad por los candidatos presidenciales.

El tema a tratar en el presente comentario, va más allá de las características del narcotráfico o del análisis de los problemas en general, más bien busca enfocarse en los subproductos que este crea con su permanencia, los cuales determinan patrones de conducta que se traducen en aumentos de la incidencia delictiva en comunidades y estados donde tradicionalmente no era perceptible la inseguridad.

Al hablar de subproductos nos referimos específicamente al legado de descomposición social que acarrea el establecimiento del crimen organizado, en específico el mal denominado narcotráfico, en las comunidades de nuestro país. El narcotráfico, y en general, el establecimiento de la delincuencia organizada en cualquier área, fomenta el crecimiento de la incidencia delictiva, por la atmósfera de corrupción e impunidad que se crea en torno a él.

Decimos que el término “narcotráfico” no está del todo bien empleado, puesto que si bien se considera que el tráfico de drogas es la principal actividad de estos grupos delictivos, también se han diversificado sus actividades, incorporando delitos como el secuestro, la extorsión, el lavado de dinero, entre otros; por lo cual en concreto nos referiremos a delincuencia organizada.

Esta serie de delitos “secundarios” efectuados por los grupos ya organizados, consisten en una serie de sub productos de un primer grupo o categoría, la cual se encuentra compuesta por delitos, generalmente de alto impacto en la sociedad, tales como la extorsión sistemática a empresarios, secuestro, entre otros; a los cuales se recurre como medio para obtener recursos rápidamente y permitir seguir financiando las operaciones de tráfico de drogas, que por mucho son el negocio más lucrativo de los grupos criminales.

Otra serie de subproductos de las actividades de los grupos de delincuentes organizados, resulta en una segunda categoría, que generalmente no es realizada por estos, aunque algunas veces apoyada o incentivada indirectamente, y consiste en el ejercicio de actividades delictivas por grupos de reciente creación, que generalmente constan con poca organización, es decir, los que se podría denominar “delincuentes de oportunidad”.

La característica principal de estos es que actúan a la sombra y en ocasiones, al amparo de grupos criminales que ya se encuentran establecidos y organizados, pretendiendo desarrollar funciones similares, involucrándose en delitos de secuestro, secuestro exprés, robo a casas habitación, robo a comercios, robos de vehículos, y otros. Estos grupos lo que buscan es una “tajada” del pastel, en el lucrativo mundo del crimen.

Estas actividades secundarias o derivadas de la principal, son la acción que desencadena los aumentos en las mediciones de la incidencia delictiva; pues la existencia de oportunidades para desarrollar actividades criminales no pasa desapercibida y es rápidamente aprovechada por los grupos tanto organizados como los no organizados.

Los principales beneficiarios de los denominados “subproductos” del crimen organizado, son grupos de jóvenes que encuentran alivio a sus frustraciones económicas en el ejercicio de actividades criminales, que les requieren poca o nula preparación académica, poco esfuerzo y un máximo de ganancias con respecto a cualquier forma honesta de ganarse la vida, el atractivo es innegable. Aunado a estas particulares características, se suma la enorme población de jóvenes sin ocupación en nuestro país, los denominados “ninis”, no con esto queremos decir que todos los jóvenes que carecen de ocupación se dispondrán a realizar actividades delictivas, pero indudablemente se trata de un caldo de cultivo para los futuros “obreros” del delito.

La manera de abatir estos subproductos de la delincuencia organizada es atacar las causas criminógenas que les dan génesis. Abatiendo los índices de analfabetismo, promoviendo el trabajo en los jóvenes, preparándolos técnicamente si es necesario, para desarrollar oficios honestos y decorosos. Mejorar las prestaciones salariales, regular más holgadamente el pago de impuestos para las clases trabajadoras de base.

Nos guste o no aceptarlo, gran parte del avance del cáncer que supone para la sociedad el crimen, es producto de la polarización de las clases sociales, de las diferencias entre las masas de clase media y baja y la ociosidad de la población en edad productiva. Reiteramos que no todos los delincuentes son de una u otra clase, encontramos ejemplos en todos los estratos sociales, pero si no damos oportunidad a la integración de todos en el tejido social, este se destruye, y los individuos ociosos siempre encontrarán cabida, si no en las actividades productivas de la sociedad, si en los recursos criminales, que no presentan para ellos problemas de acceso.

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