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Yo Soy 132, breve análisis.



Hace un par de días, el periodista Jorge Ramos escribió un artículo, bajo el título lecciones para cambiar el mundo, donde hacía referencia a 2 movimientos sociales impulsados por jóvenes, de los que pretendía extraer 10 “lecciones”. En principio muy bien, hasta que me topé con estas 2 lecciones que recomienda el destacado periodista.

“Los Dreamers y Yo Soy 132 saben que los cambios de verdad salen de abajo, no de arriba. Estos jóvenes no esperaron a nadie ni se compadecieron de sí mismos: se organizaron, tomaron las calles sin pedir permiso y exigieron un cambio. Octava lección: las cosas cambian de abajo para arriba y no al revés. (De arriba para abajo no es cambio, es imposición)”.

“Y la décima lección es que el error más grande que se pudiera cometer en Estados Unidos y en México es no oír a sus jóvenes. (…) Yo Soy 132 lucha en contra de un México donde un grupito [sic] decide por todos los demás. Están del lado correcto de la historia: con los de abajo, con los más vulnerables. Quienes los ignoren o los evadan, sencillamente, van a perder el futuro”.

El presente comentario tiene como finalidad discutir las dos lecciones anteriores, y tratar de explicar, con apoyo de conceptos básicos de sociología y psicología como funcionan este tipo de grupos y la manera en que operan.

Primero, abarcaremos el punto en que se señala, que los cambios de verdad salen de abajo, y lo orientaremos desde la óptica de la democracia. El movimiento estudiantil denominado Yo soy 132 nace en medio de la campaña de los candidatos presidenciales, orientados desde su inicio a cuestionar la candidatura de Enrique Peña Nieto, imputándole entre otras cosas, su falta de capacidad, el ser el candidato de la cadena de televisión más importante del país y otras cosas, posteriormente se tornan en contra de las cadenas televisivas, señalando que las mismas condicionan el manejo de las noticias en concordancia con sus intereses y no permiten a los mexicanos estar debidamente informados. Solicitando la apertura de nuevas concesiones por parte del Gobierno para que nuevas cadenas de televisión puedan operar en el territorio nacional.

El movimiento desde sus inicios se ha visto ligado a la izquierda, y existen hasta cierto punto, elementos que permiten suponer, cuando menos, que ha existido orientación por parte de gente cercana a López Obrador. Históricamente, la izquierda mexicana se ha ocupado de copar los movimientos estudiantiles con la finalidad de ejercer presión política y garantizar sus intereses, como muestra las huelgas del CEU y el CGH respectivamente.

A partir de esta perspectiva, la finalidad primera del movimiento se puede definir como política, ya que si bien se han declarado apartidistas, también han manifestado que son “antipeña” o más propiamente que están en contra de la imposición del candidato.

Sobre esta supuesta imposición, donde el Sr. Ramos señala: (De arriba para abajo no es cambio, es imposición)”, cabe señalar que en las elecciones del primero de julio pasado, en las cuales resultó electo Enrique Peña Nieto, participaron 49,087,446 millones de mexicanos[1], de los cuales poco más del 38% votaron por el candidato que ellos llaman “impuesto”, si bien no es una aplastante mayoría, si es suficiente para ser declarado ganador de la contienda electoral, toda vez que el sistema democrático electoral mexicano no contempla las denominadas segundas vueltas; claro está que son caso aparte las irregularidades que se detectaron durante el desarrollo tanto de la campaña como de las elecciones, las cuales, al momento de esta publicación, se encuentran aún bajo revisión por el órgano judicial electoral. 

La cuestión aquí es que un grupo, el denominado yo soy 132 (en realidad son muchos más), cuestiona la decisión de 49 millones de personas. Ahora, para comenzar a aterrizar ideas, en el orden que las presentó el señor Jorge Ramos, y cito textual: “Yo Soy 132 lucha en contra de un México donde un grupito [sic] decide por todos los demás.” Me permitiré decirle que en México desde hace ya varios años se ha transitado de una democracia incipiente a una madura y avanzada, contamos con el órgano electoral más sólido de América latina, según datos de la OEA[2], y ya hace 12 años que hemos vivido la alternancia en el poder.

Señalar que los 132 luchan contra un “grupito” decide por los demás es denominar “grupito” a más de 49 millones de mexicanos, 49 millones que ejercieron su derecho al voto de manera libre y secreta (nuevamente dejando de lado las irregularidades, aún pendientes de comprobar), es denominar a la democracia una selección de “grupitos” y por lo tanto, hacerla de menos. Es denominar imposición al resultado de un proceso electoral transparente, en la cual participaron 1 millón de mexicanos, y observaron 32, 805 personas más, sin contar periodistas y representantes de partidos.

México ejerce su democracia como mejor sabe, las irregularidades existen en la medida en que los mexicanos mismos, y nuestro sistema electoral, lo permitimos. No existen en el mundo elecciones que estén libres de vicios, por lo tanto, de lo que se habla en estos escenarios es de niveles “aceptables” de irregularidades, es decir que no sean tantas ni tan grandes que afecten de manera directa la elección. 

Sin embargo entiendo la confusión que priva en cuanto a la percepción de los alcances de este movimiento, la cual se centra, si bien no de manera generalizada, en el hecho de que el movimiento de los 132 es un movimiento de grandes proporciones. Habrá que reconocer que si cuenta con un número importante de integrantes, y cabe señalar también que la mayoría son jóvenes mexicanos de entre 15 y 29 años, grupo poblacional que abarca el 26.8% de la población mexicana, tendríamos que ver dentro de ese 26.8% cuántos son menores de edad y no están facultados, políticamente, para votar en la decisión de que rumbo debería tomar el país.

La percepción del grupo, en cuanto a su tamaño, se modifica de acuerdo al lugar desde el cual se pretende ubicar, explico, si tomáramos como referencia el porcentaje de población señalado anteriormente, de 15 a 29 años, encontraríamos un gran número de personas familiarizadas con la existencia y propósitos del movimiento, al igual que si exploráramos las redes sociales digitales, puesto que ahí es donde más se expresan los integrantes del mismo cabe señalar que en México existen, para marzo de 2012 2, 480,000 cuentas activas de twitter[3].

Esta suerte de sinécdoque nos lleva a creer que el movimiento estudiantil es enorme y que acarrean una consciencia generalizada de la población mexicana, que no se reflejó en las urnas el día de la jornada electoral. A partir de aquí podemos comenzar a determinar claramente, quien es en realidad el “grupito”.

Una encuesta de grupo reforma, realizada a finales de junio, sobre la percepción ciudadana acerca del movimiento estudiantil arrojó las siguientes cifras: 41% tiene una opinión favorable, 15% neutral, el número que llama la atención es el siguiente, 30% no había escuchado del movimiento estudiantil. Lo cual nos lleva a nuestro siguiente punto, la gente que está en contacto con el movimiento estudiantil, o que lo sigue, participa o por lo menos lo conoce son “los de arriba”; los mismos integrantes pertenecen a una élite de la sociedad mexicana, por llamar de alguna manera a los jóvenes que tienen acceso a la educación superior, y particularmente a una educación universitaria privada. Decir que este movimiento viene “de abajo” equivale a decir que todos los mexicanos que pueden costearse una educación superior universitaria son “de abajo”, en un país donde aproximadamente solo el 30% de la población es de clase media, sin importar la percepción de los mexicanos, que se ubican a sí mismos en un 80% como “clasemedieros”.

¿A qué se debe entonces esta auto percepción? ¿Por qué el movimiento transmite una amplitud mayor a la real? En primer lugar por la cobertura mediática que ha tenido, en México los movimientos estudiantiles son noticia desde el 2 abril de 1968, fecha en que se reprimió violentamente a un grupo de estudiantes que se manifestaban en la Plaza de Tlatelolco, donde hubo incluso muertos y centenares de heridos. Las particularidades de la percepción al interior sin embargo, radican en conceptos psicológicos y sociológicos, abordaremos primero la percepción sociológica, representada por el dinamismo del movimiento, la manera en que se conforma y en su actuar.

Canetti, en su obra, Masa y poder, da los parámetros básicos para comprender los movimientos de masas, explica como se forman, como crecen y en particular como actúan los grupos de personas. Las características generales de la masa quedan determinadas de la siguiente manera:

1) La masa siempre quiere crecer. El movimiento estudiantil nace con los alumnos de la Universidad Iberoamericana, de ahí se propagó rápidamente entre otras instituciones tanto privadas como particulares e incluso en últimas fechas abarca a cuerpos docentes.

2) En el interior de la masa siempre reina la igualdad. Dentro del grupo no hay rangos, no hay jerarquías, todos forman parte del movimiento, no se ostentan como líderes del mismo unos u otros, simplemente algunos, los primeros organizadores, tienen más reflectores sobre ellos.

3) La masa ama la densidad. Queda claro que el punto fuerte de este movimiento estudiantil radica en la capacidad de comunicación y movilización del mismo, lo difuso de sus integrantes, que lo mismo pueden ser de la UNAM que de la IBERO o del ITAM, esta despersonalización y facilidad de comunicación y movilización acarrean que al momento de reunirse, se dé un fenómeno en el cual los integrantes de la masa se sientan compactos, unidos, densos.

4) La masa necesita una dirección. La masa debe permanecer en movimiento, movilizaciones continuas, hoy en el ángel, mañana televisa, pasado el IFE, la dirección, el objetivo, si bien en un principio difuso, se clarifica, se hace evidente, la dirección debe ser representada como común, y Canetti señala inalcanzada. En este carácter de inalcanzable radicará la duración del movimiento, he ahí la importancia de tener un objetivo que no sea fijo, que represente un reto en ser alcanzado y hasta donde se pueda, que se represente distante.
Así mismo, la autopercepción positiva de los miembros del grupo radica en un fenómeno psicológico, estudiado por Dieter Frey, y denominado disonancia cognitiva de grupos. Esta implica que los grupos se aferran más habitualmente que los particulares a las informaciones que les resultan agradables, es decir, el grupo “hace trampa” al buscar la verdad, comprometiendo la democracia del pensamiento.

El tamaño del grupo influye en la anchura del horizonte mental de los mismos[4]. Cuando el número de afiliados crece, la convicción de que “lo que dicen es verdad” también. Es en este punto que el grupo rechaza la disonancia es decir, la falta de conformidad con su pensamiento “colectivo”.

Al entrar en conflicto la realidad (resultado de la elección) con el pensamiento de grupo (rechazo al candidato ganador), se manifiesta la inconformidad y el desacuerdo con esta realidad, que parece, imposible, a los ojos de la masa o grupo que se identifica plenamente con su ideal y que pretende sustituirlo por la realidad objetiva que impera.

Sumadas estas dos condiciones, que implican como resultado el abandono del individuo en la colectividad, resulta un poco más sencillo comprender el movimiento yo soy 132, como está organizado y como opera, el por qué de las marchas, lo que no queda claro es el destino que tendrá el movimiento, puesto que aún quedan por resolverse impugnaciones con respecto a las elecciones y aún no queda claro si lograrán la apertura a otra cadena televisiva.


[1] Fuente: IFE
[2] http://diariojuridico.com.mx/actualidad/noticias/no-existe-institucion-mas-fuerte-en-latinoamerica-que-el-ife-oea.html#.T_t86h2w6-U.twitter
[3] Datos de la empresa MENTE DIGITAL.
[4] http://www.xatakaciencia.com/psicologia/si-mucha-gente-cree-una-cosa-no-significa-que-esta-sea-verdad-la-disonancia-cognitiva-de-los-grupos

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